Javier Martínez y su detector de boludos

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    Javier Martínez
    Javier Martínez

Javier Martínez y su detector de boludos

06 Mayo 2024

Javier Martínez era un genio, con todo lo que eso implica. El porte de genio suele tener ese sabor a vehemente, incomprendido (o, mejor dicho, el comprenden solo lo que al facilismo importa).

Contaba con un temperamento digamos que especial. Para mí, contaba con un sexto sentido, una sensibilidad pronunciada que actuaba como “detector de boludos”. A él no le gustaba la adulonería, que le digan “maestro” o “ídolo” y en realidad solo hayan escuchado Manal (aquella monstruosa banda con Gabis y Medina que creó el blues nacional) o, peor, que solo conocieran “Jugo de tomate frío”. Y precisamente “Jugo de tomate frío”, era una canción que desenmascaraba al boludo de los setenta. Aquellos miembros del “medio pelo” (que bien supo sintetizar Don Arturo) que soñaban ser alguien en la vida con el menor esfuerzo posible o bien cagando al resto. Gente calculadora, meritócrata dirán en estos tiempos. “Gente que no”, decían Todos tus muertos en los ochenta.

Es que hacer blues (escribir blues) es gozar de una sensibilidad propia de los grandes compositores del tango canción. Tener el “blues”, es imbuirse en tristeza. Pero de una tristeza activa, denuncialista. Ambos géneros (el tango y el blues) no solo provienen de la música afro, del pasado esclavista, sino también encierran la tristeza, la dura vida. Son un testimonio del proletario, del bajo pueblo. Probablemente no ha existido en la música popular contemporánea una urdimbre tan profunda como la que Javier supo construir en el encuentro entre el blues y el tango. Ese cruce fue el que supo plasmar como alma mater del grupo Manal, nacido también como producto del itinerario época de Javier por la bohemia porteña expresada en el Instituto Di Tella, la calle Corrientes, el Bar Moderno, La Cueva, las plazas y los parques de aquel Buenos Aires en ebullición.

La Cueva, aquel mítico reducto donde se reunió las principales figuras que darían forman al “rock nacional”. Así lo describía Javier en el blues “Los tipos de la Cueva”:

Me copo con la noche,

con mis amigos y también

con la bohemia fiel.

Con Rocky, Pajarito,

con Moris, con Pippo,

con Tango desde Caseros

en un viejo tren.

Bravo me convida,

me invita con una ginebra,

él sabe que hoy no tengo guita,

y la inventa.

Mientras charlo con Fernando,

de marcas de tambores,

Slingerland, Ludwing y Rogers

Roberto que desciende,

saltando de la escalera

como el Rey

del Rock n' Roll de la Cueva

Los bacanes de Mau Mau,

hoy vinieron a las tres.

Con sus minas

de vestido largo soirée.

Billy me comenta,

que ahora es camionero,

recuerda

que también fue marinero.

Zapamos con Bernardo.

Fernando me dejó un cambio,

como toca el truco el saxo

las bromas de Adalberto,

los chistes de Ricardo,

acompañan

su virtuosismo temprano.

Y vimos a Barrueco,

octavar a la Montgomery,

como un capo

en un boliche del centro.

Los tipos de la Cueva

vivimos hoy sin ella

yo quiero,

ahora volver a tenerla.

De aquel relato tan vivido se desprenden nuevas palabras creadas por ellos: “copar”, “como viene la manal”, etc. Era aquella época de la bohemia porteña donde Sandro, el único famoso del grupo, solía bajar al sótano del tugurio saltando los escalones con sus botitas “Beatles”. El ahí volvía a ser Roberto, el pibe del barrio. Pero para Javier y los otros muchachos era el Elvis Presley de Buenos Aires. Era transitar las calles y perderse en los piringundines del bajo, donde no solo había chicas, sino que también tocaban los amigos. Fernando Bermúdez era el baterista de La Cueva y de varios piringundines de la zona. El que fuera el baterista de Sandro de su pasado rockero lo formó musicalmente a Javier y cosecharon una amistad duradera. Tal es así que fue uno de los pocos que estaba al tanto del accidente doméstico que lo llevó a la muerte: desde su residencia en Madrid, con su acento español asimilado por tantos años de vida en España me confesaba: “Muy triste por la partida de mi querido amigo Javier Martínez, mantuvimos contacto, hasta hace un mes… él ya internado y muy bajo de ánimo… hablamos por videoconferencia. Se fue un eterno y gran amigo”.

Manal tuvo corta vida, pero dejó rastros indelebles en la memoria popular, a través de sus canciones antológicas, a partir de la osadía de mezclar el blues con letras propias de nuestro sentir. A partir de los ochenta, Javier decide enfocarse en su carrera solista. En un impasse en Francia durante 1985 logró la marca mundial de tiempo continuo de ejecución de batería, en un torneo benéfico organizado por la Municipalidad de Toulon. Había tocado sin parar durante 41 horas y media, con un intervalo de 5 minutos para comer.

Javier Martínez era un tipo duro, difícil de encarar. Uno debía medir las palabras, porque su detector de boludos lo tenía siempre a tono. Como un sentido arácnido que le alertaba sobre el caretaje.


Ya estoy harto de tratar con perdedores,

genios de café y del bla bla bla,

giles que son amos del planeta,

que se creen dueños de la verdad.


Basta de boludos, basta, basta ya.

Basta de boludos, basta, basta ya.


Por favor no rompan las pelotas,

mi paciencia llega hasta el final,

busco un lugar libre de ellos,

debe haber un mundo libre de verdad.


Basta de boludos, basta, basta ya.

Basta de boludos, basta, basta ya.


No creo que se pueda explicar,

algunos boludean por demás,

mientras otros nos vacían los bolsillos,

por un gol somos capaces de matar.

Javier Martínez leía mucho, sobre todo historia. Y de historia su preferencia era el revisionismo histórico. Pablo Hernández, uno de los grandes del revisionismo histórico argentino, me confió que Javier más de una oportunidad explicitó su fanatismo sobre el revisionismo para luego agregar:

Con “No pibe” y “Jugo de tomate frío” se convirtió, desde el rock nacional, en el genuino heredero de Enrique Santos Discépolo. Seguro lo está esperando para darle un abrazo”.

Javier Martínez, como Jauretche, Discépolo y los grandes del pensamiento nacional, sabía que nuestro problema radicaba en lo cultural: la “colonización pedagógica”. Afirmó en más de una oportunidad con su “honestidad brutal”:

La estupidización se extiende y, aproximándose a la boludez, tiene ya casi 200 años. Estoy hablando de nuestro país. En el 2010 vamos a cumplir 200 años de boludos. Sudamérica duerme. Qué estamos esperando para hacer el parlamento sudamericano, el ejército, el fondo monetario, la moneda sudamericana... Hablás como Bolívar. San Martín era un militar; Bolívar, un político. Si San Martín sólo fue un soldado para que cambiáramos de imperio, no estaba mal. Hay que cambiar de imperios. Y si en 1806 no le tirábamos aceite a los ingleses, por ahí nos ahorrábamos hacer blues en castellano. No. Los ingleses nunca tuvieron interés real en dominarnos. Pero si pasaban, no estaríamos vos y yo acá, sino dos señores llamados Arnold Mathews y John Smith. Vos cantabas que hacia el sur había un lugar. ¿Es posible esa vieja idea de deserción en un mundo donde la bomba parece estallar en todas partes? Lo del mundo global es mentira. ¿Vos sabés cómo se pincha un globo? Con un alfiler. Cuando era chico, globo era sinónimo de mentira. "Es un globero". La globalización es un plan imperial endeble de los Estados Unidos. Está China, India, Europa. Y esto no es el Crack del 29. Eso era real y no esta fiesta de la especulación que armaron unos pocos para que paguemos entre todos”.

Dentro de los revisionistas, Julio Irazusta era uno de sus preferidos. Aquel, junto con su hermano Rodolfo, fueron los que plantearon por vez primera la penetración británica sobre nuestras tierras reflejadas a partir del escándalo Roca Runciman durante la “década infame” … algo similar que parece asomarse nuevamente sobre nuestros lares, quizás Javier Martínez no toleró más el absurdo.

Pero Javier Martínez no solo revisionaba nuestra historia política sino que también fue uno de los primeros en romper con los cánones que habían sentenciado que el “rock nacional” había nacido con él, Moris y Los Gatos, allá a finales de los sesenta. Nada más inexacto… Él se encargó de alentar a jóvenes investigadores como Víctor Tapia a recuperar a los grandes y reales fundadores de aquel frenético ritmo, retrotrayéndose a Eddie Pequenino, Johnny Carel y aquellas orquestas de jazz que decidieron encarar el rock and roll que estaba revolucionando el mundo. Se ocupó de reivindicar a Johnny Tedesco (el autor del primer rockabilly en castellano) y a Sandro, ambos auténticos pioneros del rock que tuvieron mucho más que ver con su generación que lo que la prensa y la crítica especializada preferiría reconocer.

Sería importante, entonces, tenerle más respeto a su memoria. El no se consideraba un pionero del rock, el solo fue un gran, pero gran poeta y músico que pinceló como nadie la bohermia porteña y trató siempre de develar (con pasión filosófica) nuestra crisis ontológica.