Ripley: el arte de la repetición y los dobleces

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Ripley: el arte de la repetición y los dobleces

22 Abril 2024

Hay varios motivos por los que quiero escribir un breve comentario sobre Ripley, la tira de Steven Zaillian que produjo Netflix -el último avatar en la producción de fantasías capitalistas-. El primero, y creo el más importante, es porque la serie es mejor que el libro de Patricia Highsmith, sabiendo lo controvertido de una afirmación como esta.

El segundo tiene que ver con una frase que aparece en esta oportunidad, pero no en el libro ni en la hermosa película de Anthony Minghella, El talentoso Mr. Ripley, de 1999. Hay otra sobre el primer libro de la saga del antihéroe pergeñado por Highsmith, que en castellano se llama A pleno sol, es de 1960 y actúa Alain Delon. De hecho, es el mismo nombre con el que Anagrama tradujo ese libro. Dice así: “Tenía que elegir entre ser un fraude y vivir la buena vida, o una vida de don nadie”. Este es el dilema que atraviesa Tom (Andrew Scott) y, de alguna manera, es el que se enfrentan o se enfrentaban los artistas, cuando debían decidir entre su obsesión -su incapacidad para saber si eran geniales o una bazofia- y la normalidad. El de Ripley es genial y terrible porque el rito de pasaje es un asesinato.

El tercer motivo es banal: me obligó a releer algunas novelas de Ripley, que había leído hacía treinta años. Para la época que me formé, en el campo académico de la literatura Patricia Highsmith era considerada “literatura de evasión”, lo que la desvalorizaba. Hace un tiempo me di cuenta que para lo mejor a lo que puede servir la literatura, toda literatura, es para ayudarte a evadirte de la realidad. La realidad es insoportable. Este poder de fascinación y alienación que tienen los libros de Highsmith es coherente con lo que le sucede al lector, que literalmente se come las páginas y no quiere que la novela se termine, como le pasa al adicto con su sustancia. 

Ahora bien, releyendo la novela me encuentro con que, lamentablemente, muchas de las escapatorias por un pelo que tiene Ripley terminan siendo inverosímiles, mientras que en la serie resultan creíbles -ni siquiera en la película se logra esto. Pongamos un ejemplo: en la barcaza, cuando Tom mata a Dickie Greenleaf (Johnny Flynn): en el libro, es un acto que Tom imagina y calcula desde mucho tiempo antes, y en la película es interpretado como un acto reflejo frente a la humillación y la desvalorización que sufre ahí mismo por parte de Dickie -es decir, en ambos casos de algún modo “se justifica” la reacción asesina-, mientras que en la serie es un acto que, si bien el televidente espera e imagina, cuando ocurre, ocurre como un acto mecánico y sin premeditación, como si Tom fuera tan solo el intermediario entre el asesino y el asesinado, y su respiración se agitara, pero él no sintiera nada. Es todo un logro.

La dificultad que tiene el televidente para definir algún sentimiento en Tom, ya sea de culpa, remordimiento o amor, es totalmente coherente con otra anécdota que aparece en la serie, pero no en el libro ni en la película. Me refiero a cuando Tom imita el tono de voz del padre de Greenleaf, rasgo de carácter esencial para sostener todo el desdoblamiento de vidas que va a ocurrir de ahí en más. De hecho, es lo que le hace a Dickie cambiar su opinión sobre él y adoptarlo como amigo.

Por último, hay otras dos historias que se relatan que tampoco están: la torpeza de Ripley, que hace que cosas que le son adversas le terminen beneficiando, por paradójico que suene; la referencia a Caravaggio, mejor dicho al asesinato que cometió. Tom se identifica con esa historia, aunque la suya fuera totalmente diferente: Ripley -repetición- es un tránsfuga de mala muerte neoyorquino que conquista Europa, la cultura europea, aunque para hacerlo deba asesinar, hacer desaparecer, y hacerse pasar por otro imitando una y otra vez su firma, y que termina haciéndole creer al espectador lo increíble, - y que no voy a contar para que corran a ver la serie-.

Lamento en el alma tener que recomendar algo que exhibe Netflix, pero en este caso se justifica. No quiero referirme a cuestiones técnicas como la luz, la fotografía o la música, excelentes. La tienen que ver por algo más ideológico. Tanto los que piensan que la vida social es un juego de roles, como los que creen que su identidad es sustancial, que son siempre los mismos y que están orgullosos de ser lo que son, van a tambalearse cuando el genio de los dobleces se meta a vivir la vida ociosa y divertida de los millonarios, que todos desearíamos vivir. La cuestión es el precio.

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